La llegada de Kristi Noem a Buenos Aires reflejó las profundas complejidades de la relación argentina con Washington. Entre cabalgatas en Campo de Mayo y un asado protocolar, la secretaria de Seguridad Nacional estadounidense firmó acuerdos que extienden la cooperación bilateral a esferas sensibles: desde el posible regreso al Programa de Exención de Visa hasta la verificación electrónica de nacionalidad para deportaciones.
El encuentro con Javier Milei en Casa Rosada tuvo la solemnidad de quienes celebran una convergencia estratégica. Noem elogió la baja tasa de argentinos que sobrepasan sus visas en EE.UU., mientras el gobierno local presentó la eventual exención como un triunfo diplomático.
Sin embargo, los documentos complementarios -que permitirán el intercambio de antecedentes penales y datos biométricos- plantean interrogantes sobre los límites de esta asociación.
La figura de Noem añadió capas de controversia. Reconocida por su gestión antiinmigrante en el gobierno Trump, su visita coincidió con protestas en Los Ángeles contra deportaciones masivas. Que Argentina celebrara acuerdos migratorios con una arquitecta de esas políticas, mientras mantiene el reclamo por Malvinas ante un aliado clave de Londres, no pasa desapercibido.
El contraste entre forma y fondo se hizo evidente en Campo de Mayo. Mientras los medios detallaban el menú de vacío, achuras y pecho de cerdo -”asado criollo, un platillo que consiste en cocinar carnes rojas a la parrilla con leña o carbón a fuego lento” describió con inusitada genuflexión La Nación-, los funcionarios ultimaban los términos para que EE.UU. acceda a registros locales. Una dualidad que refleja una relación donde los gestos de cortesía a menudo enmascaran negociaciones desiguales.
Las fotos oficiales muestran sonrisas y apretones de mano, pero detrás de esos gestos se rubricaron documentos que podrían alterar la relación bilateral. El más destacado fue la declaración de intención para que Argentina regrese al Programa de Exención de Visa, del que había sido excluida en 2002. Un guiño tentador para un gobierno ávido de reconocimiento internacional, aunque el proceso sea largo y esté plagado de condiciones.
Noem no ocultó su satisfacción. Destacó que Argentina tiene la tasa más baja de sobrestays en la región -de personas que ingresan a EE.UU. y se quedan más allá de lo permitido- y elogió el "liderazgo" de Milei en seguridad fronteriza. Pero entre líneas, el mensaje era otro: la flexibilización para los viajeros argentinos dependerá de que el país cumpla con los estándares exigidos por Washington. Y ahí entran en juego los otros acuerdos, menos publicitados pero más sensibles.
Uno de ellos facilita el intercambio de antecedentes penales entre ambos países. Otro, bautizado como Programa de Verificación Electrónica de Nacionalidad, permitirá identificar con mayor rapidez a ciudadanos argentinos indocumentados en territorio estadounidense, acelerando potenciales deportaciones. Para el gobierno, se trata de una colaboración técnica entre naciones aliadas. La traducción es que se trata de un paso más en la subordinación de la política migratoria local a los intereses de una administración que ha hecho de la persecución a indocumentados una bandera.
El contraste entre la pompa diplomática y el trasfondo de estos pactos quedó en evidencia durante la visita a Campo de Mayo. Mientras Noem recorría las instalaciones, montada a caballo, escoltada por Bullrich y Wertheim, y disfrutaba de un almuerzo gauchesco, los equipos técnicos ultimaban detalles sobre el acceso a bases de datos argentinas. Una imagen que resume las dos caras de esta relación: la frivolidad en la superficie y las entregas estratégicas en la profundidad.
Noem no es una funcionaria cualquiera. Su historial como gobernadora de Dakota del Sur -donde desestimó medidas sanitarias durante la pandemia- y su rol actual como impulsora de deportaciones masivas en EE.UU. la convierten en un símbolo de la derecha trumpista más intransigente. Su gira latinoamericana, que ya incluyó escalas en El Salvador y México, tiene un objetivo claro: exportar ese modelo de seguridad. Que Argentina haya sido una parada clave en ese recorrido dice mucho sobre el rumbo que Milei imprime a su política exterior.
Hasta qué punto estos acuerdos benefician a Argentina más allá del discurso de la alianza estratégica, sigue siendo una incógnita. La posible vuelta al programa de exención de visas es, sin duda, una noticia positiva para el sector turístico y empresarial acaudalado. Pero el precio parece alto: adaptar la política migratoria y de seguridad a los designios de una potencia que, paradójicamente, sigue siendo el principal socio de Reino Unido en el conflicto por Malvinas.
Al final, la visita de Noem dejó más que un comunicado de prensa y fotos con asado de por medio. Dejó en evidencia la delicada ecuación que el gobierno argentino pretende resolver: alinearse definitivamente con Washington, aunque ello implique perder de vista los intereses nacionales.
Por ahora, los bifes estuvieron bien cocidos. Las cuentas pendientes, en cambio, siguen al rojo vivo.