El Reino Unido, potencia históricamente asociada al colonialismo y la ocupación territorial, mantiene hoy una política exterior que privilegia alianzas con gobiernos autoritarios, regímenes represivos y países clasificados como "no libres".
Según datos de Freedom House e investigaciones de Declassified, más del 56% de las naciones bajo esa categoría -incluidas monarquías absolutas y dictaduras- reciben apoyo británico en forma de venta de armas, entrenamiento militar o cooperación estratégica.
Esta realidad contrasta con la retórica oficial de Londres, que se presenta como una "fuerza para el bien", mientras perpetúa ocupaciones ilegales como la de las Islas Malvinas y otros territorios argentinos.
Desde el Golfo Pérsico hasta África, el patrón se repite: el gobierno británico sostiene regímenes acusados de violaciones sistemáticas a los derechos humanos.
En Arabia Saudita, donde activistas pacíficos cumplen condenas por exigir reformas, el Reino Unido es un proveedor clave de armamento. En Egipto, respaldó el golpe de Estado de 2013 que derivó en la ejecución de opositores y la persecución de la Hermandad Musulmana.
Ruanda, gobernada con puño de hierro por Paul Kagame -aliado de ex premieres británicos-, recibe asistencia pese a secuestrar disidentes en el extranjero. Turquía, otro socio prioritario, mantiene encarcelados a periodistas y líderes kurdos mientras firma acuerdos de defensa con Londres.
La hipocresía se extiende a territorios ocupados. Mientras Freedom House, financiado por EE.UU., denuncia la anexión rusa de Crimea, omite mencionar la base militar británica en las Islas Chagos, arrebatadas a sus habitantes originarios en los años 70. Tampoco cuestiona la presencia ilegal del Reino Unido en Malvinas, donde persiste la disputa de soberanía de Argentina.
Expertos señalan que esta política no es nueva: responde a una tradición de imperialismo adaptada a la geopolítica moderna. "El Reino Unido no solo calla ante atrocidades, sino que las financia", critica Elif Sarican, activista kurda.
La justificación, como siempre, es económica y estratégica: contratos de armas, acceso a recursos y alianzas en regiones clave. Mientras, la retórica sobre "democracia" y "libertad" queda reservada para discursos, lejos de los hechos que delatan su verdadero legado.