La reciente firma del Memorándum de Entendimiento entre Argentina e Israel, en medio de un masivo ataque israelí contra Irán y la respuesta de este último, no es solo un gesto diplomático: es una apuesta geopolítica de alto riesgo que podría tener repercusiones inmediatas y severas para los intereses nacionales.
El presidente Javier Milei, en su afán de alinearse sin matices con el gobierno de Benjamín Netanyahu, no sólo ha ignorado el delicado equilibrio que históricamente mantuvo Argentina en Medio Oriente, sino que ha expuesto al país a represalias estratégicas, económicas y de seguridad.
El costo diplomático
Argentina ha logrado durante décadas un apoyo casi unánime de los países árabes y musulmanes en su reclamo por la soberanía de las Islas Malvinas. Este respaldo no es casual: se construyó mediante una política exterior prudente, que evitaba alineamientos extremos en conflictos ajenos. Sin embargo, la abierta adhesión de Milei a Israel -justo cuando este país iniciaba un bombardeo a Irán- podría erosionar ese apoyo.
Irán ya ha dejado clara su postura: editoriales en medios oficialistas como Tehran Times advierten que Argentina "se arrepentirá" de su enemistad.
Pero el problema no se limita a Teherán. Países clave como Arabia Saudita, Egipto y Emiratos Árabes Unidos, aunque no simpaticen con Irán, han criticado duramente la ofensiva israelí. Si Argentina es percibida como un satélite de Tel Aviv, ¿qué incentivo tendrán estos países para seguir respaldando a Buenos Aires en foros internacionales?
Amenaza a la seguridad nacional
La historia reciente demuestra que Argentina no es inmune a las tensiones del conflicto israelí-palestino. Los atentados a la AMIA y a la embajada de Israel en los años 90 -atribuidos por la Justicia argentina a Irán y Hezbollah- fueron represalias por el giro proisraelí del gobierno de Carlos Menem.
Hoy, con Milei repitiendo el mismo libreto, pero en un contexto regional aún más volátil, el riesgo de ataques contra intereses judíos o incluso estatales en Argentina es real.
El cierre preventivo de la embajada israelí en Buenos Aires y el refuerzo de la seguridad en sinagogas y centros comunitarios son señales de alarma. Pero la pregunta es: ¿está Argentina preparada para sostener este nivel de alerta indefinidamente? ¿O el gobierno subestima el costo de "importar" un conflicto que no le corresponde?
La incoherencia estratégica
Milei justifica su sobreactuada alianza con Israel en nombre de la lucha contra el terrorismo y el antisemitismo, causas loables en sí mismas. Pero al hacerlo de manera tan explícita y caricaturesca, y en el peor momento posible, exactamente cuando Israel lanza una ofensiva condenada por la ONU y gran parte de la comunidad internacional, Argentina pierde margen de maniobra.
El gobierno israelí no necesita a Argentina para su supervivencia. En cambio, Argentina sí necesita mantener relaciones diversificadas en un mundo multipolar. Al vincularse tan estrechamente con un actor tan polarizador, Milei no sólo ahuyenta a aliados tradicionales, sino que debilita la posición argentina en otros frentes, desde las negociaciones con el FMI hasta los acuerdos comerciales con China, otro socio clave de Irán.
Soberanía vs. espectáculo
La política exterior no debería ser una performance ideológica, sino un instrumento para proteger los intereses nacionales. Al "comprar" un conflicto ajeno, el gobierno argentino no gana influencia; la pierde. No fortalece su seguridad; la compromete. Y, lo más grave, pone en riesgo décadas de consensos diplomáticos por una alianza que, en el mejor de los casos, será simbólica, y en el peor, catastrófica.
Milei parece creer que su alineamiento con Israel lo acerca a Occidente. Pero en política internacional, la adulación no es estrategia. Y las consecuencias de este error podrían ser irreversibles.