La travesía del excombatiente Alejandro Diego a las Islas Malvinas a bordo del velero Caoba provocó una fuerte polémica luego que, como Javier Milei; afirmara que admira a Margaret Tatcher. Como si fuera poco, propuso un modelo de Gobierno autónomo para la población implantada por Gran Bretaña en territorio argentino.
Diego elogió públicamente el liderazgo de Margaret Thatcher, prácticamente con las mismas palabras que utilizó tiempo atrás el presidente en ejercicio. Vale remarcar que la primera ministra británica durante el conflicto bélico de 1983 fue quien ordenó el hundimiento del Crucero General Belgrano. Ataque realizado fuera del área de exclusión, violando las normativas internacionales y que terminó con la vida de 323 tripulantes argentinos.
Acompañado por Sigfrido Nielsen y Pablo Leoni, el excombatiente Alejandro Diego llegó días atrás a las Islas Malvinas habiendo partido desde el puerto de Mar del Plata. Recientemente, en diálogo con la prensa nacional, manifestó su deseo de establecer un diálogo con la población implantada en las islas en un intento por promover "la paz" y "la armonía" entre argentinos e ingleses.
Su propuesta de un modelo de Gobierno autónomo para las Malvinas plantea la participación conjunta de Argentina y Gran Bretaña en cuestiones de defensa y relaciones exteriores. A su vez, sugiere que los “kelpers” tengan representación tanto en el Congreso argentino como en el Parlamento británico. Por supuesto, la moción ya despertó críticas y repudios.
Esta iniciativa no solo va en contra de la soberanía argentina en el Atlántico Sur, sino que también legitima el status quo actual, donde los usurpadores explotan ilegalmente todos los recursos de la región y militarizan la zona con la mayor base de la OTAN en el Atlántico Sur.
La idea de construir un país que atraiga a los kelpers, tal como la plantea Diego, ignora el hecho de que estas islas son de legítima propiedad de la Nación Argentina por historia y geografía, usurpadas mediante la fuerza por Gran Bretaña, teniendo en cuenta que la población allí instalada es el resultado de una política colonial.
La propuesta de acercarse a la población de las Malvinas, como si se tratara de un espacio neutral y libre de las cicatrices de la guerra, ignora las profundas raíces del conflicto y el deseo de gran parte de la población argentina de recuperar las islas.
La Guerra de Malvinas no fue solo una batalla por un trozo de tierra, sino un punto de inflexión en la identidad nacional argentina que sigue resonando en la memoria colectiva. Amnistiar el pasado y presentarlo como un obstáculo para la paz puede desdibuja el sacrificio de quienes lucharon por nuestra soberanía.
Las palabras de Diego respecto de una unión entre argentinos, británicos e isleños, pueden parecer un llamado a la paz, pero en el fondo, su propuesta de un acercamiento pragmático al conflicto sugiere una rendición inapropiada ante la historia.
Esta visión, aunque en su esencia busca el diálogo, corre el riesgo de trivializar el sacrificio de los caídos y la lucha por ver una Argentina fortalecida en su reclamo.
En tiempos en que la memoria de los héroes de Malvinas debería ser defendida con determinación, las palabras de Diego se presentan como una pérdida de rumbo que abre las puertas a interpretaciones contrarias a la soberanía y la identidad nacional.
Argentina necesita una voz firme y categórica que defienda su posición en el Atlántico Sur, no complacencias ni negociaciones que podrían diluir la memoria de quienes combatieron y murieron por una causa que aún está viva en el corazón de los compatriotas y que figura entre los mandatos más relevantes de la Constitución Nacional.
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