La abrupta renuncia del Almirante Alvin Holsey como jefe del Comando Sur de Estados Unidos (SOUTHCOM), con menos de un año en el cargo, sacude el escenario geopolítico latinoamericano y enciende las alarmas en Argentina. Esta dimisión, en medio de una intensa escalada militar de la administración Trump contra Venezuela, plantea un interrogante crucial: ¿Quién sucederá a Holsey y cuál será su política hacia un gobierno como el de Javier Milei, que ha abierto las puertas a la injerencia militar estadounidense?
La salida de Holsey se produce en un contexto de máxima tensión. Según reportes de The New York Times, el almirante expresó preocupación por la legalidad y la ética de los crecientes ataques del Pentágono en el Mar Caribe, dirigidos formalmente contra el narcotráfico pero, en la práctica, buscando desestabilizar al régimen de Nicolás Maduro en Venezuela. Su renuncia se suma a una purga de altos mandos militares que no se alinean con la agenda radical del Secretario de Defensa, Pete Hegseth, y la Casa Blanca.
El Comando Sur y la llave de la soberanía argentina
Para Argentina, el Almirante Holsey no es un nombre más. Su Comando Sur ha sido la entidad militar clave en el vertiginoso realineamiento geopolítico del gobierno de Milei. Tanto Holsey como su predecesora, Laura Richardson, han presionado abiertamente por una mayor presencia militar estadounidense en Argentina, con un foco obsesivo en la Base Naval de Ushuaia, vista como la puerta de acceso a la Antártida y un punto estratégico para la contención de China.
La renuncia de Holsey cobra especial relevancia tras la reciente firma del Decreto 697/2025 por parte de Milei, que autorizó el ingreso de tropas de EE. UU. a bases sensibles como Ushuaia, Mar del Plata y Puerto Belgrano, ignorando al Congreso y al sentimiento popular, que, según encuestas, rechaza masivamente esta intromisión.
Las propuestas de Milei al Comando Sur —incluyendo la disposición a analizar la presencia de fuerzas estadounidenses en Ushuaia a cambio de auxilio financiero— han sido el motor de un escándalo de soberanía que ha polarizado al país. El jefe saliente del SOUTHCOM había visitado Ushuaia, donde se interesó por el abastecimiento y mantenimiento de submarinos, incluyendo los de propulsión nuclear de la Armada estadounidense, evidenciando un interés que va mucho más allá de la cooperación formal.
El riesgo de la radicalización
La preocupación central en el escenario argentino es quién será el sucesor de Holsey. El entorno de Donald Trump, caracterizado por su política de "América Primero" y un abierto enfrentamiento con China y Venezuela, podría designar a un militar con una visión aún más radicalizada en cuanto a la penetración militar y económica en América Latina.
La retórica de la administración Trump ya ha señalado los vastos recursos naturales de la región (litio, agua, petróleo) y la necesidad de erradicar la influencia de Beijing. El nuevo jefe del SOUTHCOM, con el respaldo de un Pentágono dispuesto a ignorar las lecciones aprendidas y los consejos de sus propios militares, podría intensificar la presión sobre Milei para formalizar la cesión de la Base Naval de Ushuaia y exigir una ruptura total con China (incluyendo la cancelación del swap y el desmantelamiento de proyectos como el Radio Telescopio en San Juan).
La dimisión de Holsey, en medio de la controversia por el saludo de Milei a Kosovo (un aliado británico con tropas en Malvinas), acentúa la imagen de un gobierno argentino que ha abdicado a su política exterior tradicional para alinearse incondicionalmente con una potencia que demuestra una creciente prepotencia imperial y una peligrosa inestabilidad en su cadena de mando. La pregunta para Argentina es si el próximo jefe del Comando Sur traerá consigo una escalada que haga aún más alto el costo de la soberanía en el extremo sur del continente.