En política internacional, ciertos gestos pueden interpretarse como pragmatismo o como claudicación. El gobierno de Javier Milei parece inclinarse peligrosamente hacia lo segundo al insistir en "diálogos normales" con el Reino Unido, un país que, desde 1833, ocupa militarmente las Islas Malvinas, Georgias del Sur y Sandwich del Sur, y extensos espacios oceánicos del Atlántico Sur; territorios argentinos; reconocidos por la ONU como objeto de disputa de soberanía.
Las revelaciones sobre conversaciones bilaterales en materia de defensa -confirmadas por el Ministerio argentino- no solo sorprenden por su contenido, sino por el tono con el que el oficialismo intenta minimizarlas: "No hay nada secreto, ni militar", afirman. Pero la historia y el contexto impiden tratarlas como un mero intercambio diplomático rutinario.
El veto británico y la genuflexión argentina
El Reino Unido mantiene desde 1982 un embargo de facto sobre la venta de armamento a Argentina, bloqueando incluso componentes críticos para modernizar las Fuerzas Armadas. Este veto, que persiste pese a las gestiones de Milei y a las presiones de Estados Unidos (aliado clave de Londres), demuestra que, para Gran Bretaña, la cuestión Malvinas sigue siendo una línea roja.
Resulta llamativo que, mientras el gobierno argentino insiste en su acercamiento a la OTAN -aspirando a convertirse en "socio global"-, el Reino Unido ni siquiera flexibiliza su veto militar. Es decir: Argentina negocia con quien la humilla. El argumento oficial de que "el kirchnerismo alejó al país de Occidente" no explica por qué, tras meses de diálogo, Londres sigue sin ceder.
El juego geopolítico
El interés de Washington en que Argentina acceda a armamento compatible con la OTAN no es altruista: busca evitar que el país recurra a Rusia o China. Pero el Reino Unido prioriza su ocupación colonial. Así, mientras Milei abraza el alineamiento con Occidente, Londres le recuerda que, en el Atlántico Sur, sus intereses imperiales están por encima de cualquier gesto de Buenos Aires.
La compra de aviones F-16 a Dinamarca (sin componentes británicos) confirma que Argentina debe sortear obstáculos artificiales impuestos por su ocupante. ¿Por qué, entonces, el gobierno insiste en tratarlo como un socio confiable en defensa?
Soberanía
El reclamo argentino sobre Malvinas no es un tema del pasado: es una herida abierta que Londres explota para mantener su influencia. Naturalizar diálogos de defensa con el país que usurpa el territorio, mientras este mismo país mantiene sanciones, no solo es incongruente; es estratégicamente ingenuo.
Si el objetivo real fuera fortalecer la posición argentina, la diplomacia debería exigir, antes que nada, el fin del veto militar británico como gesto de buena voluntad. Pero Milei parece conformarse con migajas retóricas, mientras el Reino Unido sigue reforzando su presencia militar en las islas.
Dialogar no es malo, pero hacerlo desde la asimetría y la concesión unilateral sí lo es. Argentina no puede permitir que su reclamo de soberanía se diluya en una fingida normalización con quien sigue negándole el derecho a defenderse.